lunes, 30 de septiembre de 2013

"Brazil", de Terry Gilliam

Terry Gilliam vuelve a sorprendernos, en este caso con una visión histriónica basada en una realidad distópica, completamente delirante. Más adelante volvería a retomar el tema con Twelve monkeys (Doce Monos), aunque en este film no encontramos una imaginería tan rica, ni tampoco el sentido del humor cáustico que caracterizan a Brazil.
La trama surge a partir de un error al procesarse la información (una mosca cae en el mecanismo de impresión de la documentación referente a un delincuente); este "error" origina una cadena de sucesos alucinantes donde se ve involucrado un burócrata muy peculiar, un soñador que pugna a diario por no sucumbir al hastío de su aburrida y vacía existencia.

En esta película asistimos a la materialización del fenómeno de la Systemtheorie: según la cual, las sociedades tecnocráticas disponen de una capacidad de reajuste que les permite ser invulnerables a los opositores del sistema. Las huelgas y crisis, por ejemplo el paro o la acción de individuos por vivir ajenos al sistema son inútiles. La única alternativa es la supevivencia en los intersticios del sistema (actuar como agentes de caos, causar entropía) como el reparador del sistema de calefacción interpretado por Robert de Niro que actúa como superhéroe clandestino al enfrentarse a los otros reparadores. En esta sociedad incluso los protocolos y técnicas para reparar sistemas de calefacción son controlados por quienes detentan el poder, no existe la libre competencia. La verdad es que no dista mucho de la actual situación con el monopolio de Microsoft y los softwares ¿verdad?.

En la sociedad que dibuja el filme, la sangre capitalista es la información, en este caso la agencia gubernamental que controla el statu quo utiliza un inmenso sistema burocrático donde el ciudadano se ve obligado a rellenar ridículos formularios para todo y donde se aplica la tortura con los disidentes al régimen.
El mundo hipertecnologizado convive con la más extrema pobreza y la ausencia de leyes, así como la aplicación de castigos totalmente arbitraria. No existen en Brazil ni tan siquiera derechos inalienables.

El individuo es un pelele manejado al antojo del enorme sistema burocrático, un Gran Hermano despótico, coercitivo y sádico que disfruta con la tortura y la confusión de sus ciudadanos.
El antihéroe, el burócrata soñador y enamoradizo, se enfrenta al sistema pero no tiene pretensiones de cambiarlo por otro que sea más justo; así, nuestro protagonista se involucra por un motivo totalmente egoísta, conocer y salvar a la mujer de sus sueños, que está encarnada en la vecina
que denuncia la detención errónea originada por la "mosca suicida".
La sociedad orgánica planteada por Guilliam llega incluso a reelaborar la historia para controlar a la masa, como ya sucedía en 1984 de Orwell, o como sucedía en Fahrenheit 451 de Bradbury, donde se llegaba a destruir/quemar libros para amputar la capacidad crítica de sus ciudadanos.

Brazil supone una pieza única, una inolvidable visión de un mañana soberbiamente sórdido.

"El Apocalipsis había llegado, silencioso, decadente, sin bombas atómicas ni estallidos sociales, conjugando un mundo hipertecnologizado con un paulatino deterioro de las condiciones de vida".

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